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sábado, 24 de diciembre de 2011

El Gran Capitán vuelve a Italia

Luis XII, nuevo rey de Francia, heredó de su padre las pretensiones por Italia. La Santa Liga, creada a iniciativa de los Reyes Católicos en 1494, ya no existía. Esto fue aprovechado por Luis XII para pactar con Venecia y el Papa Alejandro VI. Con el apoyo de sus nuevos aliados la incorporación de Italia al patrimonio de la monarquía francesa era una cuestión de tiempo. Luis XII también firmó una paz con España para evitar intromisiones en sus planes.
 
Una vez firmado el tratado Francia invadió Milán, derrocó a los Sforza y se preparó para lanzarse sobre Nápoles. Fernando el Católico no estaba, en ese momento, en disposición de hacer frente a su émulo francés así que se vio obligado a recurrir a su astucia política para ganar tiempo. El rey de Aragón –y rey consorte de Castilla- propuso a Luis XII la repartición de Nápoles. Para Francia quedaría el norte mientras que la monarquía hispánica conservaba la Calabria y la Puglia, manteniendo posesiones sobre el terreno para iniciar una guerra en un futuro más favorable.
Una supuesta alianza entre Don Fabrique III, rey de Nápoles, y los turcos en contra de Francia y sus aliados sirvió de tapadera para legitimar el acuerdo que no tenía otro objeto que ganar tiempo para preparar las armas españolas. El Papa dic su apoyó. La deposición de Fabrique fue un hecho, entonces, Fernando esgrimió su condición de heredero legítimo por pertenecer a la rama pura de los reyes de la Corona de Aragón mientras remarcaba el origen bastardo de los descendientes de Fabrique III. Fernando el Católico había dado orden de iniciar los preparativos militares mucho antes de formalizar el tratado que se ratificó el 14 de noviembre de 1500 en Granada.
Fue en este momento cuando el Gran Capitán recibió la orden de embarcar en Málaga rumbo a Italia al frente de 5000 soldados, 600 jinetes y una escuadra de 60 naves. Paralelamente, Luis XII movilizó 10000 infantes y 1000 lanceros bajo el mando del Señor de Aubigny con el objetivo de atacar Nápoles. También dio orden a Felipe de Ravenstein que apoyase con 6500 soldados al ejército principal francés. Ambos contingentes consolidaron su parte del territorio evitando el enfrentamiento directo y casi sin resistencia.
Sólo Capua se resistió al avance francés y fue tomada al asalto. El Gran Capitán hubo de hacer otro tanto en Tarento. Esta plaza daba refugio al primogénito de don Fabrique, un niño de 14 años, con derechos sobre el trono de Nápoles. Un cabo suelto que podía caer en manos de Francia o reclamar el trono, codiciado por Fernando el Católica, en un futuro. Tarento estaba rodeada de agua y era inexpugnable a un ataque naval. El único punto que permitía operar a las escuadras de gran calado era una bahía al norte a la que se accedía por dos canales que rodeaban la ciudad por el este y el oeste. El tránsito por éstos no era fácil pues ralentizaba el paso de la flota que además quedaba expuesta a las defensas de la ciudad.
Ningún enemigo había atacado jamás por ese punto pues el acceso era comprometido pero las otras alternativas tampoco eran mucho mejores pues implicaban un asedio largo y el Gran Capitán, con menos recursos que los franceses, no se lo podía permitir. Así que ideo un plan que sorprendió a propios y extraños. Trasladó la flota por tierra hacia la bahía del norte evitando la ratonera de los canales. Lo hicieron los soldados ayudándose de rodillos de madera. En poco tiempo la flota estaba batiendo a cañonazos los muros de la plaza y en pocas horas se había abierto una gran brecha. La ciudad capituló. Se pactó que el duque de Calabria quedase libre aunque en realidad el Gran Capitán lo dispuso todo para que fuese a España en calidad de prisionero de Estado. Evitando que Luis XII pudiese usarlo.
Estalla la guerra
Los franceses golpearon primero. Intentaron tomar la plaza de Capitaneta y para ello se envió al duque de Nemours al frente de un gran contingente que penetró en La Puglia exigiendo la rendición de la plaza presentando al Gran Capitán un ultimátum de una hora. Éste rehusó con uno de sus característicos comentarios que le valieron la admiración de sus hombres durante toda su vida: "Hermano, andad con Dios y decid al duque de Nemours e a monsieur de Aubigny que puesto que tantas veces les he dicho e requerido que esta diferencia se vea por justicia, y no quieren, y envíanme a decir que por fuerza me la han de tomar, que espero en Dios y en su bendita Madre de defendérselo e aun ganarles lo suyo, e ver muy presto al Rey de españa, mi Señor, ser señor de todo este Reyno, por la justicia que a todo ello tiene; e que vengan cuando quisieren, que aquí me hallarán, o que me esperen, que yo seré presto que queda con ellos."  Tras este episodio se iniciaron las hostilidades aunque no en esta ciudad.
Los españoles estaban en inferioridad. 3000 hombres y 600 caballos contra 7000 soldados franceses y suizos apoyados por 4000 caballeros pesados franceses. Al frente el Señor de Aubigny con notables militares franceses como el Señor de La Palisse o el Bayardo -del que se decía que no tenía tacha ni miedo-. Pero las filas españolas no se quedaban atrás. Los Colonna, Diego de Mendoza, Pedro Navarro, Pedro de Paz, Francisco Pizarro y muchos otros grandes soldados -a los que algunos dedicaré futuros artículos- se batieron en armas en aquella guerra, muchos de ellos serían, en el futuro, grandes militares y conquistadores.
Como decía, las cosas no empezaron bien para los españoles. La escuadra francesa hostigaba las comunicaciones privando al ejército hispánico de refuerzos y suministros; sobre todo de dinero para pagar la soldada. Cesar Borgia intentó aprovechar esto para sobornar con mejor paga a los soldados españoles. Cualquier otro hubiese capitulado pero... Fernando de Córdoba apostó por una táctica que le dic frutos en el pasado. Seleccionó la Barletta como plaza fuerte, un bastión fácil de defender y que permitía la huida a Calabria en caso de emergencia.
Allí concentró sus tropas dejando algunas guarniciones en ciudades importantes como Bari. Durante 7 meses los españoles estuvieron a la defensiva hostigando con golpes rápidos al enemigo. Picadas de mosquito que desgastaban pero que podían ser asumidas, por ahora, por el gran contingente francés. Estos obtuvieron, en un momento de necesidad, una gran victoria contra Hugo de Cardona en Calabria mientras el duque de Nemours tomaba Canosa y vencía a la guarnición de Pedro Navarro.
Dos duros reveses para las armas hispánicas a los que los franceses no supieron, probablemente, sacar rédito. Los españoles continuaron con su guerra de desgaste esperando el momento de asestar un zarpazo que permitiese recuperar la iniciativa. Francia sin embargo necesitaba una gran batalla. Con esto en mente, el duque de Nemours acudió a los muros de la Barletta en 1503 para desafiar a Fernando de Córdoba. Éste no se dejó enredar pues tenía en mente un astuto plan. Respondió al desafió de la siguiente manera: "No acostumbro a combatir cuando quieren mis enemigos, sino cuando lo piden la ocasión y las circunstancias".  
Nemours, viendo que no obtendría lo que anhelaba, decidió levantar el campo y marchar a Canosa. En éste momento el Gran Capitán sacó las garras. Ordenó a Diego de Mendoza atacar por sorpresa la retaguardia francesa con la caballería española. Se trataba de un señuelo para llevar a los franceses a una emboscada. Mordieron el anzuelo. Una parte del ejército francés inició una persecución contra los hostigadores. Éstos los condujeron hasta un punto en el que aguardaban dos cuerpos de infantería española prestos para el ataque. Ninguno regresó. La mayoría fueron muertos y algunos cayeron presos. Cuando Nemours quiso reaccionar los atacantes ya estaban a cobijo tras los muros de la Barletta. Este golpe no supuso muchas pérdidas para Francia pero si fue una burla a su orgullo y un aviso de lo que les esperaba a los que no habían aprendido nada de la primera guerra italiana.
El camino hacia la victoria
La primavera de 1503 supuso una bocanada de aire fresco para las armas españolas. El almirante Lezcano derrotó a la armada francesa en Otranto permitiendo la llegada de refuerzos y dinero. En tierra otro nuevo golpe de ingenio y audacia del Gran Capitán dic como resultado una victoria importante. La ciudad de Castellaneta se rindió a los españoles para desquitarse de las vejaciones y abusos sufridos bajo dominio francés. El duque de Nemours decidió retomar la plaza y dar ejemplo a los traidores. Para impedir el plan francés, Fernando de Córdoba ideó una estratagema brillante. Organizó una salida nocturna con la totalidad de su ejército hacia la ciudad de Ruvo. Las tropas recorrieron 14 Km. a marchas forzadas y montaron la artillería. Al Alba, la guarnición de Chabannes se despertó a golpe de cañón y en pocas horas se había abierto brecha. Los curtidos infantes españoles hicieron el resto, tomando la plaza en 7 horas tras un encarnizado combate. Se hicieron 600 prisioneros y se capturaron 1000 caballos. Un duro golpe para Francia.
Los hombres idolatraban a su líder. Los curtidos soldados españoles le darían su alma prueba de ello fue este hecho. En 24 horas el ejército recorrió 30 Km. -ida y vuelta- montó la artillería y asaltó y tomó una plaza. Al final de la jornada estaban de nuevo en la Barletta. Esta determinación y coraje es difícil de contrarrestar en una guerra. Es la obra de un gran general. Éste botín fue decisivo. Los españoles habían recibido refuerzos (2000 soldados alemanes enviados por Maximiliano y 3000 peninsulares al mando de Fernando de Andrade). Con este contingente y los caballos capturados el Gran Capitán estaba listo para tomar la iniciativa.
La ofensiva española fue, salvando las distancias, una blietzkrieg. Una campaña relámpago de golpes duros y contundentes. En un mes los franceses habían sido expulsados de Nápoles. El 21 de abril el destino quiso que las tropas españolas se midieran a las francesas en Seminara, lugar donde el Gran Capitán cosechó su única derrota en toda su carrera militar nueve años antes durante la primera guerra de Italia, pero esta vez en igualdad de fuerzas.
Se impuso el brío español. El combate fue durísimo pero la infantería española doblegó a la francesa. Éstos se retiraron dejando en el campo  más de 2000 muertos y centenares de heridos. Al mando de Andrade, los españoles sacaron la espinita clavada de su Gran Capitán y expulsaron a los franceses de toda Calabria. Ocho días más tarde, Fernando de Córdoba venció en persona al duque de Nemours en la capital batalla de Ceriñola. El propio duque fue muerto y el sur de Italia quedó bajo el mando español.
23:59 Cuanto más leo sobre este personaje, más me cautiva. Blas de Lezo era genial pero éste, éste aún era mejor. No creo que hubiese en aquella época un militar similar que despuntase en todos los aspectos de la guerra. Sus hombres lo adoraban y conseguía sacar de ellos lo inimaginable. Sus innovaciones tácticas, su ingenio y el brío de los militares bajo su mando -muchos de ellos dignos de artículos- convirtieron las armas españolas en una tropa sin parangón. El próximo post tratará la segunda parte de la guerra dando especial importancia a la Batalla de Ceriñola. Un enfrentamiento que decantó el conflicto del lado español de manera inapelable.

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